miércoles, 1 de marzo de 2017

Masonería- en lucha contra el fanatismo - Grupos de Google

Masonería- en lucha contra el fanatismo - Grupos de Google





Masonería- lucha contra el fanatismo 
Pensar desapasionadamente en nuestras arraigas creencias es muy 
difícil. Sobre todo para aquellos que han vivido su fe ciegamente, sin 
cuestionar nada, pues aparte de las raíces que las creencias 
religiosas echan de por sí en el alma, todo aquello que hemos creído y 
practicado desde siempre, se funde tenazmente al fondo de nuestra 
psique y obnubila la mente impidiéndole verlo que pueda tener de 
negativo. Es necesario que haga un esfuerzo, que deje de lado todos 
sus prejuicios y eche un vistazo desapasionado a ciertos aspectos de 
sus propias creencias religiosas o de otra índole . Fijémonos 
primeramente en los resultados de todas las religiones. Las creencias 
religiosas abren un poco la mente hacia ciertas verdades, pero la 
cierran a otras que no estén de acuerdo con esas creencias. En otras 
palabras, hace fanáticos. Curiosamente fanático, significa «el que va 
al templo» (en latín, «fanum» = «templo»), contrariamente a profano, 
«el que se queda fuera del templo». Algunos de estos fanáticos viven 
sus creencias con tal rigorismo que se convierten en peligrosos 
santos, pues muchos de ellos se hicieron santos por haber matado o 
cristianos, o judíos, o musulmanes, indistintamente. De ellos, los que 
van por el camino del amor son todavía aceptables, pero los que van 
por la vía del rigor pueden llegar a ser monstruosos. Ejemplo, Santo 
Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, más conocidos 
como Dominicos, que organizó por toda Europa la Inquisición y fue el 
responsable de la muerte de miles de pobres brujas, o Mahoma por haber 
matado enemigos de su fe, fue para muchos el gran profeta de Dios. 
Este fenómeno de producir fanáticos es común a todas las religiones, 
aunque en unas es más virulento que en otras. Las víctimas mortales 
que este fanatismo religioso ha generado son innumerables en el mundo 
entero a lo largo de los siglos y en todas las religiones, ¿usted cree 
que esto fue cosa del pasado? Pues, se equivoca. La Orden masónica 
lucha contra el fanatismo en todas sus manifestaciones, como la 
religiosa y la política ¿por qué lucha contra el fanatismo? Porque va 
en contra de los principios de tolerancia y amor a Dios, Dios no pide 
se mi fanático y mata seres humanos. Esto no deja de ser extraño en 
unas instituciones que comienzan siempre hablando del amor a sus 
semejantes, y terminen matando semejantes a nombre de esa institución 
política o religosa. Otro resultado de la religión son las diferentes 
culturas y tradiciones que vemos en el mundo. Si bien es cierto que 
una cultura puede moldear una religión y transformarla en algo, es aun 
más cierto que las religiones no sólo transforman sino que son capaces 
de crear culturas. Las culturas occidental y arábiga están ambas 
modeladas por sus respectivas religiones. Ni el mundo occidental ni el 
mundo árabe serían como son si no hubiesen existido un Jesucristo y un 
Mahoma. El rigor o la laxitud de sus creencias y de sus mandamientos 
se concretan primeramente en tradiciones y al cabo de los siglos se 
echan de ver en los usos y costumbres diarios. Las palabras y el 
pensamiento de sus fundadores llegan a traducirse en detalles tan 
específicos como la manera de vestir o tan concretos como los estilos 
del arte. Detrás de cada cultura o tradición determinada, como dándole 
aliento y profundidad, está una religión o una creencia. A veces estas 
tradiciones enraizadas en la religión pierden su significado, pero el 
pueblo sigue aferrado a ellas porque sus raíces son inconscientes y 
muy profundas. Tomemos por ejemplo las romerías campestres alrededor 
de la ermita de un santo. De la fiesta religiosa apenas si queda nada, 
porque lo que la gente quiere es que empiecen las bandas y orquestas 
para poder bailar y pasarlo bien. La gente sigue yendo y hasta se 
asoma a la capilla por curiosidad. Pero del bendito santo o virgen que 
siglos atrás originaron todo aquello apenas ni sospecharon de las 
atrocidades que vendrían luego. Otro resultado de las religiones es el 
aislamiento en que sume a sus fieles. La raza humana está dividida en 
muchas fracciones, algunas de ellas completamente aisladas del resto, 
debido únicamente a las religiones. En algunas sectas se llega incluso 
a prohibir el trato con gentes de otras creencias. Y para encontrar 
ejemplos de esto no tenemos que ir a Mongolia, a la India o a 
Manchuria donde habitan pueblos y castas completamente aislados por su 
religión, sino que nos bastará con asomarnos a nuestra Biblia en donde 
encontramos a un Yahvé prohibiéndole a su «pueblo escogido» 
relacionarse con los amorreos y cananeos pecadores. Y no sólo eso sino 
que les ordenaba que no se mostrasen nada benévolos con ellos y aun 
que los exterminasen sin perdonar siquiera a los lactantes. Y no nos 
olvidemos de que ese mismo Yahvé era y sigue siendo el Dios del 
cristianismo. El aislamiento y la separación que la religión produce 
lo podemos ver en nosotros mismos. Ante un marroquí o un tunecino de 
religión musulmana nos sentimos diferentes. Hay algo profundo que nos 
separa de ellos, no importa lo amables o correctos que puedan ser. Nos 
parece que allá en el fondo no tenemos nada que ver con ellos y 
pensamos que están radicalmente equivocados. Y la realidad es que hay 
cerca de mil millones de personas que en religión piensan 
fundamentalmente igual que ellos y de las que, lógicamente, también 
nos sentimos distanciados. Otro resultado de las religiones es que 
tranquilizan el alma con la falsa promesa que hacen de un más allá 
feliz, pero por otro lado la llenan de miedo con amenazas de castigos 
eternos y terribles sí no se cumplen en esta vida determinados 
mandamientos. Esto tiene más peso en el alma de muchos cristianos que 
las promesas de un más allá feliz y por eso muchos de ellos se han 
pasado la vida con temor a la muerte y a lo que les pueda suceder 
después. En la Edad Media los monasterios y conventos se llenaban de 
gentes que renunciaban a vivir como personas normales, aterradas por 
las predicaciones de unos frailes fanáticos que hacían mucho más 
hincapié en los castigos que en las recompensas y que se regodeaban en 
presentar a un Dios terrible y vengativo. Al fin y al cabo, no hacían 
más que predicar al Yahvé del Antiguo Testamento. En los monasterios y 
cenobios se aislaban no sólo de la sociedad, sino de las propias 
familias. Las palabras del fundador del cristianismo, predicadas con 
todo rigor por sus predicadores resonaban en sus oídos: «El que quiera 
venir en pos de mí que deje a su padre y a su madre...). San Francisco 
Javier, uno de los santos eminentes de la Iglesia, cuando estaba ya 
destinado a las Indias Orientales, de las que no volvería, pasó por 
Navarra cerca de donde vivía su madre y no fue a verla porque pensó 
que con ello agradaba más a Dios. ¡Bárbara manera de concebir la 
religión! Y si así piensa un santo, que es un guía en el camino hacia 
Dios, ¿qué les espera a los pobres creyentes que sigan sus enseñanzas? 
En resumen, las religiones, aunque comienzan hablando de amor, 
desunen, aíslan, llenan el alma de miedo y complejos, cierran las 
mentes y no permiten al ser humano disfrutar de las muchas cosas 
buenas que hay en el mundo. Según la doctrina cristiana tradicional, 
las mejores cosas de la vida son pecado y en todas las religiones 
vemos cómo el sacrificio, la renunciación, la mortificación de los 
sentidos, la penitencia, los votos, la muerte al mundo y hasta los 
tormentos son moneda común para agradar a Dios. Es cierto que al que 
está atribulado lo consuelan con promesas para el más allá, pero no le 
ayudan a vencer la causa de su desconsuelo ni le dan una visión 
optimista de esta vida. Como no tienen nada que dar acá, centran todas 
sus prédicas en el más allá. Pero el más allá comienza en esta vida. Y 
ahora algo fundamental acerca de las religiones que entronca con lo 
que dijimos de los otros niveles de realidad. Algo que explica todo el 
misterio de ellas y su razón de ser y que aunque sea difícil de 
admitir es, sin embargo, la clave para explicar lo extraño del 
fenómeno religioso en todas las culturas, en todas las épocas y en 
todas las latitudes. La religión no es tanto hechura de los hombres 
cuanto imposición de los señores del mundo, es decir, de aquellas 
entidades a las que cuando hablábamos de seres inteligentes no humanos 
que nos dirigen desde las sombras algunos los llaman illuminati, otros 
extraterrestres, otros superiores desconocidos etc . Las religiones 
son una formidable estrategia que ellos usan para tres fines: a.-Para 
mantenernos desunidos de modo que no progresemos y usemos toda nuestra 
energía en disputar entre nosotros. b.-Para que nos hagamos la guerra 
de la cual algunos de ellos sacan una gran beneficio. Esto lo lograron 
en gran medida en tiempos pasados. c.-Para sintonizar nuestras mentes 
y enfocarlas hacia una idea común y para mantenerlas expectantes, 
porque a la mayor parte de ellos les interesan mucho las ondas que en 
ese estado de ánimo producen nuestros cerebros. Esto ya ha sido 
expuesto largamente en conferencias en Logias masónicas El viejo lema 
divide y vencerás tiene una perfecta aplicación en esta estrategia. 
Nadie puede negar que las religiones a lo largo de la historia hayan 
sido la principal fuente de guerras y de discordias. Predicando el 
amor —a los que piensan como ellos— hacen la guerra — a los no 
creyentes—.¿algo muy extraño no les parece? Esta es una paradoja que 
tiene que hacer reflexionar a cualquier persona pensante. Si la 
humanidad hubiese gastado tanta energía en mejorar sus instituciones y 
en progresar como ha gastado en hacer templos y en guerrear por la fe, 
hoy la raza humana no estaría en el estado lastimoso en que está. En 
esta reevaluación de la religión los masones y los no masones 
tendremos que repensar a fondo las creencias y descubrir sus profundas 
contradicciones. Algunas las acabamos de señalar, pero quedan todavía 
muchas otras que tienen que descubrir por sí mismo. Deberá comparar 
usted su fe con otras fes diferentes para ver cómo coinciden en cosas 
absurdas y cómo, por el contrario, se contradicen en puntos básicos. 
Coinciden, por ejemplo, en la exigencia del dolor, en la 
personificación de la divinidad, en la humanización de Dios, en la 
virginidad de la madre del hombre-dios, en su -Segunda venida-, en 
hacer de los sacrificios de sangre el centro de la religión, etc. Y en 
cambio son contradictorias en cuanto a sus mandamientos concretos y 
ritos. Ante un cuadro así uno deduce que todas no pueden ser 
verdaderas y una sola tampoco, porque esto diría muy poco de la 
equidad, justicia y providencia de Dios. Un masón o no masón tendrá 
que repensar en particular el más allá que predica el cristianismo con 
su resurrección de la carne, sus infiernos eternos y visiones 
beatíficas que no gozará la mayor parte de la humanidad que no ha 
creído ni obrado conforme a las enseñanzas de Cristo. ¿En qué cabeza 
caben tantos disparates? Por lo tanto, sea usted masón o no tiene que 
tener el valor de destetarse de semejantes enseñanzas y perder el 
miedo a pensar libremente acerca del más allá. La religión trata a sus 
fieles como tonitos que no tienen inteligencia, y en este particular, 
el catolicismo ha sido el ejemplo perfecto del padre superprotector 
que a fuerza de defender a su hijo de peligros lo convierte en un 
tarado que no puede valerse ni pensar por sí mismo. Las autoridades 
eclesiásticas prohibieron prácticamente pensar sobre los misterios de 
la fe. Había que limitarse a oír y a creer lo que ellos decían. Por 
eso, muy lógicamente, prohibieron leer la Biblia ya que su lectura es 
capaz de quitarle la fe a cualquier persona que reflexione un poco 
sobre todos los disparates que contiene. Se puede asegurar con toda 
certeza que las creencias de cualquier religión son un insulto a la 
inteligencia humana. Lo malo es que hay muy pocos, aun entre las 
personas cultas, que tengan la valentía de hacer un examen crítico 
detallado de todas sus creencias. Existe algo que reviste una gran 
importancia, convendrá que nos detengamos un poco en analizar la 
esencia del poder que hace que unos hombres tengan dominio sobre otros 
y los hagan infelices al someterlos a sus caprichos, y que estos 
infelices apoyen a lideres, tiranos que por más que éstos vayan, en 
muchas ocasiones, arropados bajo el nombre de leyes, religiones o de 
servicios al pueblo, a Dios o a la patria. Hay un poder desnudo y 
descarado que es el poder irracional o el poder que da la fuerza 
bruta. Hoy día, ese poder lo ejercen los tiranos cuando fusil en mano 
pisotean los derechos del pueblo y derrocan a los gobiernos libremente 
elegidos. Los motivos para semejante conducta cavernaria en los países 
no tan atrasados suelen ser fatuos aunque los responsables pretenden 
sacralizarlos entremezclándolos con los valores patrios, religiosos o 
tradicionales. En el fondo es sólo cerrazón de mente de unos cuantos 
engalanados que creen que todo el mundo tiene que pensar como ellos. 
Es una consecuencia lógica del autoritarismo y la intransigencia con 
que fueron educados, y que todos hemos padecido de una u otra manera 
en la llamada cultura religiosa. Pero dejemos este tipo de poder 
porque no es a él al que mayormente nos referimos . Nuestras miras se 
dirigen a otros poderes más sutiles pero no menos eficaces, y mucho 
más corrientes que el poder de la fuerza bruta. Nos referimos en 
concreto al poder que da el dinero y en especial al poder religioso y 
político, mediante el cual un grupo de ciudadanos dirigen a todo un 
país. El poder del dinero, sobre todo de la gran banca y de los 
grandes financieros, suele ser mucho más indirecto y disimulado, y 
suele ir mayormente dirigido a aumentar sus posesiones y sus riquezas, 
aunque con no poca frecuencia se entrometen también en los hábitos de 
la sociedad. Pero su fin último no suele ser el dominar al pueblo, 
sino simplemente hacerse más ricos para poder seguir jugando al 
apasionante juego de las grandes finanzas. Los grandes banqueros y los 
ricos famosos suelen ser unos pobres diablos enganchados a la droga 
del dinero, con muy escaso tiempo para disfrutar de él, y muchas veces 
sin saber cómo hacerlo. Dejémoslos en su loca carrera por hacerse más 
ricos y fijémonos en los poseedores de otro poder mucho más peligroso 
y contra el que los masones deben estar precavidos: todos los que se 
aprovechan de la ignorancia del pueblo en masa, que los hay en la 
religión, en la política, en el comercio, en la banca. Etc 






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