Masonería- lucha contra el fanatismo
Pensar desapasionadamente en nuestras arraigas creencias es muy
difícil. Sobre todo para aquellos que han vivido su fe ciegamente, sin
cuestionar nada, pues aparte de las raíces que las creencias
religiosas echan de por sí en el alma, todo aquello que hemos creído y
practicado desde siempre, se funde tenazmente al fondo de nuestra
psique y obnubila la mente impidiéndole verlo que pueda tener de
negativo. Es necesario que haga un esfuerzo, que deje de lado todos
sus prejuicios y eche un vistazo desapasionado a ciertos aspectos de
sus propias creencias religiosas o de otra índole . Fijémonos
primeramente en los resultados de todas las religiones. Las creencias
religiosas abren un poco la mente hacia ciertas verdades, pero la
cierran a otras que no estén de acuerdo con esas creencias. En otras
palabras, hace fanáticos. Curiosamente fanático, significa «el que va
al templo» (en latín, «fanum» = «templo»), contrariamente a profano,
«el que se queda fuera del templo». Algunos de estos fanáticos viven
sus creencias con tal rigorismo que se convierten en peligrosos
santos, pues muchos de ellos se hicieron santos por haber matado o
cristianos, o judíos, o musulmanes, indistintamente. De ellos, los que
van por el camino del amor son todavía aceptables, pero los que van
por la vía del rigor pueden llegar a ser monstruosos. Ejemplo, Santo
Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, más conocidos
como Dominicos, que organizó por toda Europa la Inquisición y fue el
responsable de la muerte de miles de pobres brujas, o Mahoma por haber
matado enemigos de su fe, fue para muchos el gran profeta de Dios.
Este fenómeno de producir fanáticos es común a todas las religiones,
aunque en unas es más virulento que en otras. Las víctimas mortales
que este fanatismo religioso ha generado son innumerables en el mundo
entero a lo largo de los siglos y en todas las religiones, ¿usted cree
que esto fue cosa del pasado? Pues, se equivoca. La Orden masónica
lucha contra el fanatismo en todas sus manifestaciones, como la
religiosa y la política ¿por qué lucha contra el fanatismo? Porque va
en contra de los principios de tolerancia y amor a Dios, Dios no pide
se mi fanático y mata seres humanos. Esto no deja de ser extraño en
unas instituciones que comienzan siempre hablando del amor a sus
semejantes, y terminen matando semejantes a nombre de esa institución
política o religosa. Otro resultado de la religión son las diferentes
culturas y tradiciones que vemos en el mundo. Si bien es cierto que
una cultura puede moldear una religión y transformarla en algo, es aun
más cierto que las religiones no sólo transforman sino que son capaces
de crear culturas. Las culturas occidental y arábiga están ambas
modeladas por sus respectivas religiones. Ni el mundo occidental ni el
mundo árabe serían como son si no hubiesen existido un Jesucristo y un
Mahoma. El rigor o la laxitud de sus creencias y de sus mandamientos
se concretan primeramente en tradiciones y al cabo de los siglos se
echan de ver en los usos y costumbres diarios. Las palabras y el
pensamiento de sus fundadores llegan a traducirse en detalles tan
específicos como la manera de vestir o tan concretos como los estilos
del arte. Detrás de cada cultura o tradición determinada, como dándole
aliento y profundidad, está una religión o una creencia. A veces estas
tradiciones enraizadas en la religión pierden su significado, pero el
pueblo sigue aferrado a ellas porque sus raíces son inconscientes y
muy profundas. Tomemos por ejemplo las romerías campestres alrededor
de la ermita de un santo. De la fiesta religiosa apenas si queda nada,
porque lo que la gente quiere es que empiecen las bandas y orquestas
para poder bailar y pasarlo bien. La gente sigue yendo y hasta se
asoma a la capilla por curiosidad. Pero del bendito santo o virgen que
siglos atrás originaron todo aquello apenas ni sospecharon de las
atrocidades que vendrían luego. Otro resultado de las religiones es el
aislamiento en que sume a sus fieles. La raza humana está dividida en
muchas fracciones, algunas de ellas completamente aisladas del resto,
debido únicamente a las religiones. En algunas sectas se llega incluso
a prohibir el trato con gentes de otras creencias. Y para encontrar
ejemplos de esto no tenemos que ir a Mongolia, a la India o a
Manchuria donde habitan pueblos y castas completamente aislados por su
religión, sino que nos bastará con asomarnos a nuestra Biblia en donde
encontramos a un Yahvé prohibiéndole a su «pueblo escogido»
relacionarse con los amorreos y cananeos pecadores. Y no sólo eso sino
que les ordenaba que no se mostrasen nada benévolos con ellos y aun
que los exterminasen sin perdonar siquiera a los lactantes. Y no nos
olvidemos de que ese mismo Yahvé era y sigue siendo el Dios del
cristianismo. El aislamiento y la separación que la religión produce
lo podemos ver en nosotros mismos. Ante un marroquí o un tunecino de
religión musulmana nos sentimos diferentes. Hay algo profundo que nos
separa de ellos, no importa lo amables o correctos que puedan ser. Nos
parece que allá en el fondo no tenemos nada que ver con ellos y
pensamos que están radicalmente equivocados. Y la realidad es que hay
cerca de mil millones de personas que en religión piensan
fundamentalmente igual que ellos y de las que, lógicamente, también
nos sentimos distanciados. Otro resultado de las religiones es que
tranquilizan el alma con la falsa promesa que hacen de un más allá
feliz, pero por otro lado la llenan de miedo con amenazas de castigos
eternos y terribles sí no se cumplen en esta vida determinados
mandamientos. Esto tiene más peso en el alma de muchos cristianos que
las promesas de un más allá feliz y por eso muchos de ellos se han
pasado la vida con temor a la muerte y a lo que les pueda suceder
después. En la Edad Media los monasterios y conventos se llenaban de
gentes que renunciaban a vivir como personas normales, aterradas por
las predicaciones de unos frailes fanáticos que hacían mucho más
hincapié en los castigos que en las recompensas y que se regodeaban en
presentar a un Dios terrible y vengativo. Al fin y al cabo, no hacían
más que predicar al Yahvé del Antiguo Testamento. En los monasterios y
cenobios se aislaban no sólo de la sociedad, sino de las propias
familias. Las palabras del fundador del cristianismo, predicadas con
todo rigor por sus predicadores resonaban en sus oídos: «El que quiera
venir en pos de mí que deje a su padre y a su madre...). San Francisco
Javier, uno de los santos eminentes de la Iglesia, cuando estaba ya
destinado a las Indias Orientales, de las que no volvería, pasó por
Navarra cerca de donde vivía su madre y no fue a verla porque pensó
que con ello agradaba más a Dios. ¡Bárbara manera de concebir la
religión! Y si así piensa un santo, que es un guía en el camino hacia
Dios, ¿qué les espera a los pobres creyentes que sigan sus enseñanzas?
En resumen, las religiones, aunque comienzan hablando de amor,
desunen, aíslan, llenan el alma de miedo y complejos, cierran las
mentes y no permiten al ser humano disfrutar de las muchas cosas
buenas que hay en el mundo. Según la doctrina cristiana tradicional,
las mejores cosas de la vida son pecado y en todas las religiones
vemos cómo el sacrificio, la renunciación, la mortificación de los
sentidos, la penitencia, los votos, la muerte al mundo y hasta los
tormentos son moneda común para agradar a Dios. Es cierto que al que
está atribulado lo consuelan con promesas para el más allá, pero no le
ayudan a vencer la causa de su desconsuelo ni le dan una visión
optimista de esta vida. Como no tienen nada que dar acá, centran todas
sus prédicas en el más allá. Pero el más allá comienza en esta vida. Y
ahora algo fundamental acerca de las religiones que entronca con lo
que dijimos de los otros niveles de realidad. Algo que explica todo el
misterio de ellas y su razón de ser y que aunque sea difícil de
admitir es, sin embargo, la clave para explicar lo extraño del
fenómeno religioso en todas las culturas, en todas las épocas y en
todas las latitudes. La religión no es tanto hechura de los hombres
cuanto imposición de los señores del mundo, es decir, de aquellas
entidades a las que cuando hablábamos de seres inteligentes no humanos
que nos dirigen desde las sombras algunos los llaman illuminati, otros
extraterrestres, otros superiores desconocidos etc . Las religiones
son una formidable estrategia que ellos usan para tres fines: a.-Para
mantenernos desunidos de modo que no progresemos y usemos toda nuestra
energía en disputar entre nosotros. b.-Para que nos hagamos la guerra
de la cual algunos de ellos sacan una gran beneficio. Esto lo lograron
en gran medida en tiempos pasados. c.-Para sintonizar nuestras mentes
y enfocarlas hacia una idea común y para mantenerlas expectantes,
porque a la mayor parte de ellos les interesan mucho las ondas que en
ese estado de ánimo producen nuestros cerebros. Esto ya ha sido
expuesto largamente en conferencias en Logias masónicas El viejo lema
divide y vencerás tiene una perfecta aplicación en esta estrategia.
Nadie puede negar que las religiones a lo largo de la historia hayan
sido la principal fuente de guerras y de discordias. Predicando el
amor —a los que piensan como ellos— hacen la guerra — a los no
creyentes—.¿algo muy extraño no les parece? Esta es una paradoja que
tiene que hacer reflexionar a cualquier persona pensante. Si la
humanidad hubiese gastado tanta energía en mejorar sus instituciones y
en progresar como ha gastado en hacer templos y en guerrear por la fe,
hoy la raza humana no estaría en el estado lastimoso en que está. En
esta reevaluación de la religión los masones y los no masones
tendremos que repensar a fondo las creencias y descubrir sus profundas
contradicciones. Algunas las acabamos de señalar, pero quedan todavía
muchas otras que tienen que descubrir por sí mismo. Deberá comparar
usted su fe con otras fes diferentes para ver cómo coinciden en cosas
absurdas y cómo, por el contrario, se contradicen en puntos básicos.
Coinciden, por ejemplo, en la exigencia del dolor, en la
personificación de la divinidad, en la humanización de Dios, en la
virginidad de la madre del hombre-dios, en su -Segunda venida-, en
hacer de los sacrificios de sangre el centro de la religión, etc. Y en
cambio son contradictorias en cuanto a sus mandamientos concretos y
ritos. Ante un cuadro así uno deduce que todas no pueden ser
verdaderas y una sola tampoco, porque esto diría muy poco de la
equidad, justicia y providencia de Dios. Un masón o no masón tendrá
que repensar en particular el más allá que predica el cristianismo con
su resurrección de la carne, sus infiernos eternos y visiones
beatíficas que no gozará la mayor parte de la humanidad que no ha
creído ni obrado conforme a las enseñanzas de Cristo. ¿En qué cabeza
caben tantos disparates? Por lo tanto, sea usted masón o no tiene que
tener el valor de destetarse de semejantes enseñanzas y perder el
miedo a pensar libremente acerca del más allá. La religión trata a sus
fieles como tonitos que no tienen inteligencia, y en este particular,
el catolicismo ha sido el ejemplo perfecto del padre superprotector
que a fuerza de defender a su hijo de peligros lo convierte en un
tarado que no puede valerse ni pensar por sí mismo. Las autoridades
eclesiásticas prohibieron prácticamente pensar sobre los misterios de
la fe. Había que limitarse a oír y a creer lo que ellos decían. Por
eso, muy lógicamente, prohibieron leer la Biblia ya que su lectura es
capaz de quitarle la fe a cualquier persona que reflexione un poco
sobre todos los disparates que contiene. Se puede asegurar con toda
certeza que las creencias de cualquier religión son un insulto a la
inteligencia humana. Lo malo es que hay muy pocos, aun entre las
personas cultas, que tengan la valentía de hacer un examen crítico
detallado de todas sus creencias. Existe algo que reviste una gran
importancia, convendrá que nos detengamos un poco en analizar la
esencia del poder que hace que unos hombres tengan dominio sobre otros
y los hagan infelices al someterlos a sus caprichos, y que estos
infelices apoyen a lideres, tiranos que por más que éstos vayan, en
muchas ocasiones, arropados bajo el nombre de leyes, religiones o de
servicios al pueblo, a Dios o a la patria. Hay un poder desnudo y
descarado que es el poder irracional o el poder que da la fuerza
bruta. Hoy día, ese poder lo ejercen los tiranos cuando fusil en mano
pisotean los derechos del pueblo y derrocan a los gobiernos libremente
elegidos. Los motivos para semejante conducta cavernaria en los países
no tan atrasados suelen ser fatuos aunque los responsables pretenden
sacralizarlos entremezclándolos con los valores patrios, religiosos o
tradicionales. En el fondo es sólo cerrazón de mente de unos cuantos
engalanados que creen que todo el mundo tiene que pensar como ellos.
Es una consecuencia lógica del autoritarismo y la intransigencia con
que fueron educados, y que todos hemos padecido de una u otra manera
en la llamada cultura religiosa. Pero dejemos este tipo de poder
porque no es a él al que mayormente nos referimos . Nuestras miras se
dirigen a otros poderes más sutiles pero no menos eficaces, y mucho
más corrientes que el poder de la fuerza bruta. Nos referimos en
concreto al poder que da el dinero y en especial al poder religioso y
político, mediante el cual un grupo de ciudadanos dirigen a todo un
país. El poder del dinero, sobre todo de la gran banca y de los
grandes financieros, suele ser mucho más indirecto y disimulado, y
suele ir mayormente dirigido a aumentar sus posesiones y sus riquezas,
aunque con no poca frecuencia se entrometen también en los hábitos de
la sociedad. Pero su fin último no suele ser el dominar al pueblo,
sino simplemente hacerse más ricos para poder seguir jugando al
apasionante juego de las grandes finanzas. Los grandes banqueros y los
ricos famosos suelen ser unos pobres diablos enganchados a la droga
del dinero, con muy escaso tiempo para disfrutar de él, y muchas veces
sin saber cómo hacerlo. Dejémoslos en su loca carrera por hacerse más
ricos y fijémonos en los poseedores de otro poder mucho más peligroso
y contra el que los masones deben estar precavidos: todos los que se
aprovechan de la ignorancia del pueblo en masa, que los hay en la
religión, en la política, en el comercio, en la banca. Etc
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